María Ángeles Pérez López
Es miembro correspondiente de la Academia
Norteamericana de la Lengua española, y de la Academia de Juglares de
Fontiveros e hija adoptiva del pueblo natal de San Juan de la Cruz. Forma
parte del Mapa de escritoras de Castilla y León de la asociación El Legado
de las Mujeres. Desde 2021 es miembro del Seminario Permanente Claudio Rodríguez, miembro del Comité de Honor de la Cátedra Gonzalo Rojas y miembro de la
Asociación Genialogías, volcada en recoger el legado de las poetas.
Como poeta, su actividad desde 1997 la
ha llevado a la primera línea de la poesía española contemporánea y es autora
de varios libros premiados y traducidos a otras lenguas, entre ellos La sola
materia (1998), Carnalidad del frío (2000) o Incendio mineral (2021), por el
que recibió en 2022 el Premio de la Crítica de poesía castellana.
De su obra, han sido publicadas varias
antologías fuera de España, como en Caracas; Ciudad de México; Quito; Nueva
York; Monterrey; Bogotá y Lima. También han sido publicados libros suyos en
versiones bilingües en Italia (Algebra dei giorni (Álgebra de los días), y
Jardin[e]s excedidos, en Portugal y Brasil.
Ha prologado y editado antologías de
Nicanor Parra: Juan Gelman y Ernesto Cardenal, con motivo del Premio Reina
Sofía de Poesía Iberoamericana. Ha editado las poesías completas de Francisca
Aguirre y Ernesto Cardenal. Ha formado parte de diversos jurados literarios,
entre ellos el del Premio Miguel de Cervantes en su edición de 2007. De 2008 a
2012 coordinó el ciclo de poesía "Intersecciones" del Servicio de
Actividades Culturales de la Universidad de Salamanca.
Enlaces WebGrafia:
Portal Investigación / Universidad de Salamanca
6 POEMAS DE MARÍA ÁNGELES PÉREZ LÓPEZ
Tijeras que no
Tijeras que soñaron con ser llaves
acercan su metal hasta la llama
y lloran aleación incandescente,
el filo en que florecen las heridas
sobre el silbido agudo del acero.
En su silueta par, en su desdoble
de dedos que saltaron por el aro
como animales tristes y obedientes,
las tijeras se niegan al destino
de amputar la memoria de la lana
y el cordón que nos ata a los relámpagos.
Ellas cortaron días y raíces,
el estupor carnoso en las cerezas
con su gota de luz para encender
la boca de los pájaros, el hilo
que sostiene prendidas las palabras
dignidad, avellana, compañero
y el vientre del pescado en que se oxida
la llave de los vientos y el fulgor.
Tijeras que cortaron los mechones
de pelo de los niños en la inclusa
y el fino filamento del wolframio
que amparaba la noche de zozobra.
Tijeras que no quieren ser tijeras
y acercan hasta el fuego su pesar
para romperse ardiendo contra el yunque
y al disolver su nombre en los rescoldos,
abrir el corazón y sus
ventanas.
De Fiebre y compasión de los metales (Vaso Roto, 2016)
Yo era una hermosa piedra para el aire.
Espesa, rotunda, y con un ojo claro
para alcanzar al águila en el pecho,
con la marca de la sangre del
azor
-otra forma de decir mi propia historia-
o de un pájaro cualquiera para el caso,
con la marca de las plumas del azor
o del águila también, o la serpiente,
con la marca de la tinta del azor
con que escribir los nombres aún alados,
la nómina particular del corazón.
De Tratado sobre la
geografía del desastre (1997)
Cuando duermo me vuelvo sobre mí,
abrazo con las manos mis dos hombros
y así encierro en un círculo de carne
ese ardor expansivo que me alienta.
Entonces soy un centro sin orillas,
perdí la orientación de los imanes
y viajo por el sueño sin fronteras
imaginando peces de papel,
frutas redondas y húmedas de agua,
semillas atrapadas en el caño
de savia recorriéndonos el cuerpo
feliz de estar creciendo contra el aire,
algunas amapolas y el cantueso
con que mi abuela entona su pasado,
una pradera verde y sin muñón
en la que estar jugando a que me tocas
despacio, con lascivia
contenida,
mientras el cielo mira enrojecido.
También sé imaginar los surtidores
con que la luz penetra por los poros,
incendia los contornos de las cosas,
la piel enardecida por el roce
espeso con que el sueño me aproxima
al comienzo del clima y su fulgor.
En el sueño soy de agua, continente
que perdió la espesura de la roca
y se fue declarando tierra nueva
y virgen roturada por el tiempo.
De Carnalidad del
frio (Algaida, 2000)
Haikús del amanecer
Umbral primero
donde el día es la noche
y la noche, el cuerpo.
*
Palabras mudas.
Saliva que humedece
sus comisuras.
*
Útero que abre
con dolor los contornos
hacia el lenguaje.
*
Sombra y derrota.
Alacranes que duermen
bajo las horas.
*
Herida turbia
del reloj que atenaza
la luz desnuda.
*
Sólo energía.
El empuje caliente.
La algarabía.
*
Luz que levanta
su proa, su rompiente,
su espuma blanca.
De Diecisiete Alfiles (Abada,
2019)
Sobre su pecho muerto
Sobre su pecho muerto, la mujer
pinta una gran ventana para el aire.
El corazón, en su áspera alegría,
asoma al sur su sala octogonal
por el hueco del seno que extirparon
la enfermedad, la mano, el bisturí.
Sobre su pecho muerto, la mujer
raspa cualquier recuerdo doloroso
y colorea el soplo y el zumbido
del arrebato rojo de quedarse.
El hospital se borra en su blancura,
esa sala de espera es no lugar,
la habitación sin lágrimas ni olivos
es también no lugar, los lavatorios
y ascensores que nunca se detienen,
el pasillo alargado como el miedo
de biopsia en biopsia es no lugar.
La madre le cosió dos grandes senos
con hilo destrenzado del cordón
que la anudaba al tiempo y sus asomos.
Ahora un médico serio, preocupado
descose uno de ellos, lo retira
en silencio, y la extensa cicatriz
que corre por el tórax como el frío
abrasa los paisajes de la tundra.
Pero sobre su pecho, la mujer
sombrea un árbol negro, transversal
por la ira de perderse en el otoño.
También nubes y niños
anhelantes
en su transpiración y su ajetreo
para mojar la tarde y las palabras.
El viento que entra en tromba la despeina
y su risa es un pájaro veloz.
De Atavío y puñal
(Olifante, 2012)
Mi cuerpo choca contra los pronombres
Mi cuerpo choca contra los
pronombres. No sé a cuál de sus exigencias obedezco.
No es cierto que sean cáscaras
vacías: son vísceras y plasma en la transfusión que cede cada uno de nosotros.
Cuando va a amanecer y salimos desnudos a la habitación más fría del idioma,
entregamos materia y ADN.
La luz parece tan solo una
escaramuza y los hospitales todavía no apaciguan el pavor, pero nosotros ya
avanzamos por corredores simétricos y grises con un hilo de sangre de la mano,
como si Ariadna hubiese decidido no llamarse Ariadna sino Penélope y tejer toda
la noche su condena. Como si ellas dos se hubieran abrazado en la temperatura
del temor y hubieran recordado que la sangre es un hilo que cose cada parte de
su cuerpo: un riñón sobre el otro en la diálisis; las dos clavículas como dos mariposas
atrapadas que el esternón clavó contra su tórax; un ovario que llama al otro en
las veintiocho ocasiones en que la luna gira alrededor; o el agua en los
pulmones del ahogado. Como si las dos fueran una: solo un hilo.
De la sangre que gotea por él,
muy deprisa, caen los pronombres y manchan el suelo. Se enfadan quienes
limpiaban las salas del hospital. Podríamos haber soltado piedritas para
tropezar en el agotado itinerario de la vuelta. De todas formas se habrían
enfadado, o ¿es que acaso se incluyen en la palabra nosotros? Lo desconozco.
¿Y ahora? ¿Quién crees que
eres yo?
Solo soy una herida en el
lenguaje.
con María Ángeles Maeso
De Incendio mineral
(Vaso Roto, 2021)
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